Consumo de cannabis: factores de riesgo y consecuencias

El cannabis constituye la droga ilegal más consumida en el mundo, la tercera más consumida si tenemos en cuenta aquellas drogas que son legales como el alcohol y el tabaco (Organización Mundial de la Salud, 2018). Su uso está ampliamente extendido en España, situándonos entre los países de mayor consumo. Se estima que aproximadamente el 35% de la población de entre 15 y 67 años ha consumido cannabis en algún momento de su vida y el 11% de la población lo ha consumido en el último año (Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, 2017), siendo la prevalencia de consumo especialmente alta en personas de entre 15 y 24 años de edad (Karila et al., 2014). Prueba de todo ello es que hoy en día no sorprende en absoluto ver que nuestro vecino planta marihuana en el balcón, conocer a personas que admiten abiertamente consumir cannabis o pasar al lado de un grupo de jóvenes e identificar el olor tan característico de la marihuana.

Existen diversos factores de riesgo que incrementan la probabilidad de consumo de cannabis sin fines médicos en la población. Entre los factores contextuales se encuentran la disponibilidad y facilidad de acceso a la droga, el consumo de tabaco y alcohol a edades tempranas, las normas sociales tolerantes con el consumo de alcohol y drogas, vivir en entornos socialmente desfavorecidos o frecuentar determinados entornos festivos. Entre los factores familiares que favorecen el consumo de cannabis en los adolescentes destacan los conflictos padre-hijo, los conflictos entre los padres y el consumo de cannabis por parte del padre, la madre o los hermanos. Además, los factores individuales incluyen contar con una predisposición genética para el consumo de drogas, pertenecer al sexo masculino, la apertura a nuevas experiencias, haber presentado trastornos de la conducta durante la infancia, tener un bajo rendimiento académico, el abandono escolar, padecer alteraciones del sueño y, especialmente, el relacionarse con consumidores de drogas durante la adolescencia (Organización Mundial de la Salud, 2018). Es importante destacar que estos factores aumentan la probabilidad, pero en ningún caso determinan, que una persona consuma cannabis.

Además, se estima que algo más de 13 millones de personas presentan un trastorno adictivo al cannabis en el mundo, desarrollando este trastorno el 9% de las personas que lo prueban. Esta cifra es superior entre aquellos que empiezan el consumo en la adolescencia, desarrollando un trastorno adictivo una de cada seis personas. A pesar de todo ello, en el contexto cotidiano es habitual escuchar frases como “no tengo una adicción”, “lo dejo como quiera”, “fumo porque me gusta el sabor, no porque lo necesite” incluso por parte de personas que han tratado de abandonar el consumo de cannabis en repetidas ocasiones, de modo que veamos cuales son los criterios que permitirían realizar el diagnóstico de un trastorno adictivo por consumo de cannabis (American Psychiatric Association, 2013):

El consumo de cannabis debe provocar un deterioro o malestar significativo, teniendo lugar al menos dos de las siguientes situaciones en un plazo de 12 meses:Consumo de cannabis con frecuencia, en cantidades superiores o durante más tiempo del previsto

  • Deseo persistente y/o esfuerzos fallidos de abandonar o controlar el consumo
  • Gran inversión de tiempo en las actividades necesarias para conseguir, consumir o recuperarse de los efectos del cannabis
  • Deseo o necesidad de consumir
  • Consumo recurrente que lleva al incumplimiento de obligaciones en el trabajo, la escuela o el hogar
  • Abandono o reducción de la realización de actividades sociales, profesionales o de ocio
  • Consumo continuado a pesar de sufrir problemas sociales o interpersonales persistentes (provocados o exacerbados por el consumo)
  • Consumo recurrente en situaciones en las que conlleva un riesgo físico
  • Se continua el consumo aunque se sufre un problema físico o psicológico recurrente probablemente causado o exacerbado por el consumo
  • Tolerancia (necesidad de consumir cantidades cada vez mayores de cannabis para conseguir el efecto deseado o efecto reducido tras el consumo continuado de la misma cantidad de cannabis)
  • Abstinencia (presencia del síndrome de abstinencia o consumo de cannabis para evitar los síntomas de abstinencia)

Es probable que tras leer las líneas anteriores más de una persona, quizá con cierta sorpresa, se haya sentido identificada. Lo cierto es que suele ser habitual que de manera no consciente aquellas personas que consumen cannabis tiendan a restar importancia al consumo, a la posibilidad de padecer un trastorno adictivo, así como al impacto que este puede conllevar en su vida. Y es que el consumo continuado de cannabis produce alteraciones de la salud, cognitivas y psico-sociales.

Así, el consumo de cannabis conlleva consecuencias negativas tanto a corto como a largo plazo. A corto plazo, se produce un deterioro de la memoria a corto plazo (alterándose la capacidad para aprender y retener información), de la coordinación motora y de la capacidad de razonamiento. A largo plazo, el consumo de cannabis se asocia con alteraciones del desarrollo cerebral, rendimiento académico bajo y una mayor probabilidad de abandono escolar, deterioro cognitivo y disminución del cociente intelectual, una reducción de la motivación y capacidad para realizar las actividades del día a día, pérdida de energía, menor satisfacción con la vida y de los propios logros, depresión, ansiedad y riesgo incrementado de trastornos psicóticos crónicos como la esquizofrenia (especialmente en personas con predisposición genética a desarrollar dichos trastornos), así como alteraciones respiratorias, cardiovasculares y digestivas (Karila et al., 2014; Volkow, Baler, Compton y Weiss, 2014).

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A todo ello debe añadirse que el cese del consumo de marihuana produce síndrome de abstinencia. Este síndrome puede cursar con irritabilidad y/o agresividad, dificultad para dormir (insomnio o pesadillas), estado de ánimo deprimido, ansiedad, pérdida de apetito y/o de peso y diversos síntomas físicos como dolor abdominal, espasmos, temblores, sudoración, fiebre, escalofríos o cefaleas. Esta sintomatología puede impedir que la persona pueda llevar a cabo sus actividades diarias con normalidad y favorece las recaídas, dificultándose el cese del consumo de cannabis (Volkow, Baler, Compton y Weiss, 2014; DSM-V; Karila, et al., 2014).

Todo lo mencionado anteriormente pone de relevancia el hecho de que a pesar de que el consumo de cannabis esté extendido y normalizado en nuestra sociedad, esto no elimina por arte de magia las consecuencias negativas que éste puede producir en la vida de la persona consumidora. Afortunadamente, en la mayoría de los casos el consumo de cannabis es limitado en el tiempo, incluso en aquellas personas que en algún momento han presentado dependencia, finalizándose el consumo habitualmente entre los 27-29 años y sin recibir tratamiento alguno. Sin embargo, en aquellos consumidores que han tratado de abandonar el hábito repetidamente sin éxito, la búsqueda de apoyo profesional debería ser una opción a considerar.

Bibliografía

American Psychiatric Association (2013). Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales DSM-V. Barcelona: Masson.

Karila, L., Roux, P., Rolland, B., Benyamina, A., Reynaud, M., Aubin, H. J., & Lancon, C. (2014). Acute and long-term effects of cannabis use: a review. Current pharmaceutical design20(25), 4112-4118.

Levine, A., Clemenza, K., Rynn, M., & Lieberman, J. (2017). Evidence for the risks and consequences of adolescent cannabis exposure. Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry56(3), 214-225.

Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social (2017). Edades 2017: Encuesta sobre alcohol y otras drogas en España 1995-2017.

Organización Mundial de la Salud (2018). Efectos sociales y para la salud del consumo de cannabis sin fines médicos. Washington, D.C.: Organización Panamericana de la Salud.

Volkow, N. D., Baler, R. D., Compton, W. M., & Weiss, S. R. (2014). Adverse health effects of marijuana use. New England Journal of Medicine370(23), 2219-2227.

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