Cuando algo irracional nos provoca ansiedad, esta sensación es tan fuerte y desagradable, que la persona lo que hace inmediatamente es tratar de neutralizar ese malestar evitando la situación o el pensamiento que le está generando la misma. Estas “soluciones”, crean un alivio a corto plazo, pero al poco tiempo la ansiedad siempre vuelve a aparecer, con lo que esa solución no suele ser efectiva.
Existe un pico de ansiedad, donde la misma se experimenta como su “máximo apogeo”. Si ese pico se aguanta, sin llevar a cabo ninguna conducta de evitación (salir rápido del lugar que crea malestar, evitar una conversación desagradable, no salir de casa, beber…), sin escapar de la ansiedad, ésta inevitablemente comenzará a descender. La ansiedad no sube hasta un punto insospechado, siempre tiene un máximo, y una vez llegado a él, si no hacemos nada por disminuirla, bajará sola:
Este proceso se llama habituación. El cerebro se acostumbra a tener ese miedo, pensamiento intrusivo, recuerdo… y se da cuenta de que sin hacer nada, deja de crear ansiedad, sin necesidad de hacer ningún ritual para evitarlo. Así, le estamos diciendo a nuestro cerebro: ¡no te asustes! Esto no es peligroso, porque sin hacer nada, la ansiedad desaparece, de forma fisiológica.