La (mal llamada) era del TDAH

La (mal llamada) era del TDAH

Resulta curioso, y hasta incomprensible, cómo los profesionales de la salud (también los de la de la salud mental, por supuesto) nos vemos arrastrados por “modas”, “tendencias” y “presiones sociales”. Vivimos en una era donde rechazamos “etiquetar” a una persona (máxime si es niño) con el fin de no generarle un daño social irreparable, sin entender que los diagnósticos no fueron creados para la gente de a pie, sino para facilitar la comunicación entre profesionales. De igual manera, muchos términos psicológicos (“idiota”, “imbécil”, “retraso mental”, y quién si sabe si el siguiente será “hiperactivo”) han sido denostados, arrancando de cuajo y desposeyendo de una parte de cuerpo teórico a la ciencia de la salud mental. Pero mientras en algunos casos esa influencia social es para quitar y limitar la actividad científica, en otros casos se abunda en ella y se intenta (o se cree, al menos) de beneficiar en cierta manera estableciendo un término para algo que no lo es. Así ocurre, por ejemplo, con el TDAH, que se usa para etiquetar demasiado ligeramente a cualquier persona que se mueve, que se muestra inquieto o que no pone la atención donde desearíamos que la pusiera (sin muchas veces analizar funcionalmente si él mismo desea ponerla en ese objetivo). Así, podríamos hacer una larga lista de conductas (sanas y patológicas) potencialmente confundibles con una conducta típica de una persona con TDAH, aunque eso podría llevar no un libro, sino una enciclopedia completa. Ahora bien, si destripamos qué supone un diagnóstico de TDAH y, someramente, cómo se lleva a cabo hoy en día, veremos que es relativamente fácil establecer esa etiqueta...